Llegamos a Sucre con el tiempo a favor, en un bus que nos costó treinta y cuatro bolivianos por los dos. Era todavía de día, por lo que buscar en donde dormir no sería un gran problema. Tuvimos la suerte de encontrarnos con un hostal frente al mercado que cumplía los requisitos. El lugar era limpio y el precio por la habitación doble era de sesenta bolivianos. Dejamos nuestras cosas y salimos a explorar la ciudad.
Caminamos y caminamos todo el día. Visitamos el mercado más de una vez. Allí comenzó nuestro idilio con los mercados bolivianos: almuerzos completos por doce bolivianos, desayunos por cinco. El dinero rendía más de lo habitual y la comida, aunque muchos tengan sus reparos, siempre fue suficientemente buena. Compramos fruta, un par de bebidas y seguimos andando.
La ciudad esta mas que viva. Hay mercados de mil cosas a los alrededores. La gente sale a las calles en horas punta y sobre las nueve de la noche, no se puede ni caminar. En la plaza hay movimiento y al parecer preparan un escenario. Hay un par de locales muy gringo wannabe; una pena. Aunque buscamos un bar durante dos horas acabamos en uno de ellos, ya que no tuvimos mucho éxito.
Al día siguiente me desperté temprano. Salí corriendo al mercado y allí encontré todo lo que necesitaba. Compré un par de cafés para llevar; hice bocadillos de mermelada; y en la zona de “fiestas” compré una pequeña velita y fósforos. Volví al hostal cargada hasta el cuello y, aunque muy humilde, esa fue mi pequeña felicitación. Jesper cumplía 27 años y lo hacía durante el viaje. Apenas habíamos tenido tiempo de pensar en ello, no quise olvidarme.
Volvimos a salir. Caminamos hasta el cementerio y hasta el otro punto extremo. Allí encontramos el mercado negro, que es básicamente el mercado de campesinos. Pudimos comprar nuestros propios aguayos. Contenta con el hallazgo, y sin tener que hacerlo en un lugar turístico, nos fuimos a descansar un rato.
Con motivo del día de la mujer la calle se llenó de eventos. En la plaza, la asociación en contra de la violencia de género animó la tarde con mil y un conciertos reivindicativos. Pudimos escuchar el quechua ya que para nuestra grata sorpresa los discursos eran dados en español y quechua seguidamente. El evento duró hasta ya entrada la noche y la gente parecía no cansarse. Dimos nuestra caminata nocturna y volvimos al hostal.
No es de extrañar que sus habitantes estén orgullosos de la ciudad que, en su día, tuvo más importancia que la actual capital de la país; La Paz. Sucre lo tiene todo, solo hay que saber dónde está: el típico y caótico trafico boliviano; el comercio que haga falta; la vida nocturna y mucho extranjero deseando conocerla. De noche, y con las luces amarillas, Sucre parece detenerse en el tiempo y esperar al día siguiente, donde el blanco de cada pared reluce al brillo del sol.
Quisimos salir del circuito de ciudades y explorar una parte mas desconocida de Bolivia, por lo que nos interesamos por la comunidad indígena de Raqaypampa. Para ello tendríamos que salir desde Cochabamba. El primer paso a seguir sería ese, un trayecto de casi diez horas que haríamos por la noche, como siempre para ahorrarnos el paso, y después de pagar lo sesenta bolivianos, esperamos en la estación de bus hasta que fue hora de partir.
2 Responses
Exelentes los relatos y descripciones de los sitios tienes una redacción muy especial y tomas unas fotos hermosa, das precios, sitos y muy buena información, te felicito eres genial.