Santiago resulto ser un alivio. Vía Couchsurfing, y con poco tiempo, conseguimos a Daniel. Lo curioso del caso es que, de hecho, él se iba durante el fin de semana; por lo que nos ofreció sin ninguna restricción su casa. Teníamos un departamento para nosotros solos en pleno centro de la ciudad en el piso 15. Es cierto, no íbamos a disfrutar de una buena compañía local, pero después de casi un mes durmiendo en una carpa aquello era como si nos hubieran dado un palacio.
Vimos a Daniel poco tiempo; apenas por la mañana cuando nos dio las llaves. Durante tres días pudimos disfrutar y descansar en Santiago desde un edificio de ventisiete pisos con unas vistas impresionantes. ¡Impagable!
Santiago es hermoso. La ciudad tiene esos colores similares a Barcelona y a Buenos Aires. He de decir que de momento las grandes capitales que he visto me han dejado con un buen sabor de boca. ¡El clima era perfecto! La ciudad se mueve y ofrece todo tipo de opciones; desde el relax hasta la fiesta. Básicamente, paseamos por el centro y nos dejamos perder caminando por los alrededores. Tomamos solo un metro; el que va y viene de la estación y cuesta 680 pesos chilenos.
Pudimos disfrutar de cine en las plazas -cada noche una película y una plaza distinta-; de varios paseos nocturnos; de un jugo de mango bien frio y, en general, todo lo que vimos nos quedó gustando. El placer de tener un sofá donde tirarte en la mitad del día y una piscina en la terraza, supongo que ayudaron a esa sensación de paz y descanso, nos lo tomamos como unas cortas vacaciones.
Nos quedamos con ganas de visitar Pichilemu o Valpa, y entre las muchas cosas que decidimos fue la de darnos por vencidos con las Cataratas.. Por mucho que quisiéramos nos tomaría demasiado tiempo ida y vuelta y, aunque disponíamos aproximadamente del dinero, no disponíamos de tantos días. Haciendo cálculos nos quedaría menos de un mes y medio para tres países y eso es una locura.
Para salir de Santiago las comunicaciones hacia Argentina resultaron ser caras. La opción que teníamos era seguir haciendo dedo, por lo que simplemente fuimos a la terminal y tomamos un bus con dirección a los Andes -un pueblo a escasos kilómetros de la frontera con Mendoza- y que tan solo nos costó dos mil pesos a cada uno. Nos despedimos de Santiago desde las alturas y me prometí que volvería.