Llegamos a la ciudad bien entrada la noche y arrastrando el cansancio de los días anteriores. Hasta el momento no habíamos tenido que buscarnos la vida con hospedaje en Bolivia, puesto que todo habían sido buses y el tour. No conocíamos los precios, ni sabíamos qué íbamos a encontrarnos.
Caminamos un poco a la salida del bus. Veinte mil taxis se ofrecen a llevarte, pero por algún motivo, quizá por que no me gusta que se me abalancen, preferimos caminar. Pasados unos cinco minutos nos dimos cuenta de que no teníamos muy clara la idea de hacia dónde carajo íbamos. Teníamos hambre y sueño. Había un carro parado debajo del puente en el que estábamos discutiendo sobre qué hacer. Al parecer Jesper habló con el conductor y nos subimos al taxi. A mí la idea no me gusto mucho, pero tampoco hice nada para impedirlo. Le pregunté el precio: quince bolivianos, un poco abusivo. Pero que mierda, estamos jodidos.
Le pedimos que nos llevara al centro, para buscar hospedaje. Pasado un rato me comencé a percatar de que, al menos si mi orientación no iba mal, el tipo nos estaba llevando a donde le daba la real gana. Me puse nerviosa, que os voy a decir. No es la mejor experiencia en una ciudad que no conoces a media noche. Nos bajó delante de un hotelucho de mierda, y le volví a preguntar por la plaza. El muy caradura me dijo que estaba allí adelante y señaló por la ventana.
No sé por qué no me puse a pelear, probablemente por que eso no me había pasado antes. El cansancio y la novedad me nublaron la mente. Nos bajamos del taxi y, en efecto, me percaté de que ahora estábamos peor que antes. En medio de vete a saber donde, a media noche. Caminamos hacia abajo, volviendo los pasos del taxi -nerviosos ambos- y, por suerte, en menos de dos minutos encontramos otro taxi que pasaba. ¡Pobre hombre! Le menté la madre y después de insultarle y decirle que si no tenia ni puta idea de donde le estaba pidiendo que me llevara que mejor no se molestara ni en abrir la puerta. El muchacho resulto ser agradable y después de subirnos me disculpé con él. Igual él tampoco entendía por qué nos habían dejado allí y bien, mi mente paranoica pensó de todo. Aunque nada de eso iba a pasar ya. ¡Estábamos en el taxi!
Fue la primera vez que me he sentido insegura desde que pisamos este continente, y por suerte no sucedió nada. El chico nos bajó en la plaza central y desde allí caminamos unas pocas cuadras buscando un hotel. Timbramos en el primero; respondieron y nos ofrecieron un lugar por doscientos bolivianos ¡ja, ja, ja, ja, já¡ ¡qué barbaridad¡. Seguimos caminando; timbramos y golpeamos en algunos otros más pero nadie respondía. Finalmente, y por probar, timbramos en un lugar que decía “Residencial Felcar”. Un chico somnoliento abrió la puerta. No habían habitaciones matrimoniales, pero eso era lo de menos. Nos ofreció una habitación por sesenta bolivianos ¡perfecto!.
A la mañana siguiente descubrimos que el lugar era increíble. Disponíamos de wi-fi –increíble-; un patio interior soleado y muy bonito; los baños estaban impolutos y las duchas eran un placer. Vimos alguno que otro turista por allí, sobre todo latinoamericanos. Con nuestra primera mala impresión de la ciudad, y una bolsa llena de ropa sucia , nos dispusimos a salir y conocerla.
Potosí es hermosa; a su manera. Calles pequeñas y atestadas de gente, tráfico y más tráfico. Minibuses de aquí para allá, que pasan anunciando sus destinos. El mercado caótico del centro y la hermosa plaza central. Potosí es hermosa. Gran parte del turismo se centra en la visita a la mina de plata. La mina de plata mas grande de Sudamérica y lo que hizo de Potosí, en su día, una ciudad muy rica y también llena de esclavos.
No visitamos la montaña. Después de un tour de tres días lo último que queríamos era meternos en otro. Pero caminamos hasta donde pudimos y conocimos muchos lindos rincones. De vuelta al centro la comunidad minera estaba en huelga, aireando sus pancartas delante del ayuntamiento. Fue interesante ver todo el movimiento de gente que se producía en tan poco espacio. Hablamos con mucha gente que se paró por el camino para saludarnos y nos dimos cuenta de que el día anterior, por la noche, solo tuvimos mala suerte.
Bolivia seguía sorprendiéndonos. Una de las cosas que más nos ha llamado la atención es la fortaleza de sus mujeres. Estas, en sus aguayos, cargan kilos y kilos de cosas a sus espaldas, meten a sus hijos con kilos de mango y caminan con ellos durante el día. Los aguayos lo hacen un espectáculo increíble. Esas enormes telas de colores se transforman en un baile cuando ves a varias mujeres, casi todas ellas con carga a sus espaldas. Solo se ven los vivos colores de la tela y alguna que otra cabecita asomándose. Nos enamoramos de los aguayos, pero también de la fortaleza de quieres los llevan. Esos cuerpos tostados, pequeñitos e incluso arrugados; las mujeres bolivianas.
Nos quedamos un par de noches en Potosí. Teníamos que lavar la ropa y poner en orden mil cosas y el wi-fi del hostal nos ayudó a eso. Decidimos que nuestra próxima parada en el camino sería Sucre, la ciudad blanca y antigua capital de Bolivia. Muchos nos habían hablado bien de ella y teníamos curiosidad. Descansamos las últimas horas en el hostal y, llegado el momento, salimos hacia la estación. Tomamos un bus que no costo ni un boliviano y nos equivocamos de lugar. Acabamos tomando otro que finalmente nos dejó en el lugar correcto. Una estación a las afueras de la ciudad cubierta de vidrios azules, modernizada y nueva.
En una tienda adornaba una mascara de cerámica enorme de un hombre blanco, con una enorme sonrisa. Recordé haber visto esa cara en otro lugar… Pintada en una pared del hostal. Así que mi curiosidad solo pudo hacerme preguntar, y fue así que conocimos la historia de su sonrisa.
El Francés fue el capataz durante la construcción de la casa de la moneda; uno de los edificios mas emblemáticos de la ciudad. El hombre se caracterizaba por muchas cosas, por su crueldad entre otras, pero desde luego por que nunca sonreía. Los indígenas de la zona, los cuales eran la mayoría de sus esclavos, decidieron jugarle una broma y crearon una gran figura de su cara con una enorme sonrisa para hacerle burla. En su corona los símbolos de la codicia y la avaricia. Desde entonces su sonriente rostro adorna, sarcásticamente, muchos lugares en la ciudad, entre ellos la puerta de la casa de la moneda.
Potosí esta llena de historia y encanto y aunque sus casi 4000 metros de altura se hagan duros al caminar, la visita mereció la pena.
7 Responses
Te acuerda del hostal en donde se quedaron, el nombre ubicación ?
Excelente post!!!
Buenas Aníbal,
El Residencial se llamaba Residencial Felcar, Si lo buscas en google aparece el primero 🙂
Saludos!
Pienso y siento lo mismo respecto a Bolivia y a sus habitantes. Es impresionante la fortaleza de las cholas y también su resistencia cultural.
Bueno algún día tendremos que visitar potosí y ver esa sonrisa de sarcasmo
Keep posting! I want more…I want more