Dejamos Fairy Meadows de la misma manera en la que llegamos, en Jeep hasta Raikot bridge en donde nos despedimos del grupo y de allí tomamos camino por la Karakoram en nuestra moto de vuelta a Gilgit donde volvimos a descansar un par de días junto a la compañía de Baba en su humilde morada. Los caminos ya se hacían familiares después de más de un mes en el país. Nos esperaba una de nuestras últimas rutas, el cruce hasta el remoto Valle de Kalash, un lugar especial que merecía la pena el esfuerzo del que os hablaremos más adelante en este post.
Más de 450 Km nos separaban de nuestro destino final por lo que no podríamos hacerlo en una sola jornada, sobre todo teniendo en cuenta la orografía de la zona y el estado de las carreteras, que luego descubriríamos serían dolorosas.
Dejamos Gilgit por última vez, con cierta tristeza, sabiendo que nuestra última etapa por el país comenzaba y ya no había marcha atrás, nos abrazamos con Baba y su hijo, volvimos a reponer dinero en el único cajero que nos funcionó en el norte del país, cambiamos aceite, reparamos un par de cositas en la moto y salimos temprano.
Para variar los paisajes no desanimaban, la geografía era completamente distinta pero a la vez familiar, enormes montañas de fondo, ríos y valles increíblemente verdes, pero sobre todo mucha vida. Desde la carretera se podía apreciar el enorme río, los partidos de cricket, las mujeres lavando la ropa… era imposible no parar a admirar la belleza que Pakistán no paraba de ofrecernos.
Llegamos a Phandar antes de que se hiciera de noche y dormimos allí, sinceramente no recuerdo donde pero había varias opciones disponibles en la zona ya que muchos locales se acercan al área para ir de pesca. Pagamos 1400 rupias por comida y cena para ambos y nos preparamos para la continuación de nuestro viaje el día siguiente.
Salimos nuevamente temprano con nuevas provisiones para no tener que parar a comer, preparados para superar nuestro siguiente paso de montaña, el Shandur pass a 3700 metros, una nimiedad comparado con nuestros anteriores hitos (Babusar Top 4153m, Khunjerab Pass 4880 y Chandor Pass a 4209). El paisaje comenzaba a recordar justamente el último paso y nuestra incursión en Deosai y llegó a momentos en los que pensé que me encontraba en Islandia.
Me pasaron por la cabeza un montón de cosas, entre ellas la imagen que tenía del país antes de venir, me imaginaba de una manera muy reducida que todo lo que había aquí era desierto y cabras y de golpe me encontraba tomando una imagen que me podría haber transportado a cualquier país escandinavo, que ignorantes somos los humanos.
A cierto punto después del paso la carretera se tornó en imposible, Jesper recuerda no ir a más de 20 por hora en un desfile de piedras que nos obligaban a descansar cada 30 minutos para reposar el cuerpo de tanto tejemaneje. Pensábamos llegar a nuestro destino en dos días, pero no iba a ser posible por lo que decidimos hacer parada en una pequeña villa de la zona llama Mastuj, nada especial pero en el punto perfecto para darnos descanso.
Buscando alojamiento en Mastuj nos vimos sin muchas opciones y un local, al vernos, nos ofreció su Guest House, que era más bien una casa particular con una habitación de sobras (supuestamente llamada Paradise Guest House). Bajando hasta el centro del pueblo nos dimos cuenta de que la llave no estaba en la moto, es decir, que de tanto salto se había salido y la podríamos haber perdido básicamente en cualquier lugar de los últimos 100 km. Casi nos da un ataque, pero por cosas del destino cayeron y se quedaron colgadas del imán que ata la mochila que va sobre el tanque de gasolina. Respiramos profundo y desde ese día llevamos la llaves atadas con una cuerda también al manillar, tanta suerte no se tiene dos veces. Pagamos 500 rupias por la habitación y dado que el precio era más que accesible les pedimos también a ellos la cena, por la que nos cobraron otras 500.
En la casa había un grupito de niños y niñas curiosos que se acercaban y nos miraban entre risitas durante toda la noche, al día siguiente fue más fácil establecer contacto con ellos, especialmente las dos nenas, las mayores, Anita y Asmanori de 10 y 11 años. Entre señas, algunas pocas palabras en Urdu y otras en inglés consiguieron enseñarme los números, hablamos de mi pelo, de su hiyab y de las cosas que les hacían felices. Fue una mañana que recuerdo con mucho cariño.
Cuando quisimos salir no pudimos hacerlo, la palanca de encendido no tiraba, probablemente otro de los efectos secundarios de semejante tute del día anterior. La suerte de contar con tu moto y de que sea la más usada del país hace que cosas como estas sean tonterías, en cada pueblo hay un mecánico o alguien que puede ayudarte, porque todo el país tiene tu moto y ellos, te aseguro, saben usarla mucho mejor que tú. En la guest house nos ayudaron a encenderla pero no queríamos seguir con el problema durante todo el viaje (visto que tuvieron que ayudarnos para hacerlo), así que de bajada hasta el siguiente pueblo, en cuando vimos un mecánico paramos para solucionar el problema, que para que os hagáis una idea nos costó solo 100 rupias, es decir, menos de 1€
Mientras esperábamos la solución a nuestro problemita apareció un grupo de moteros locales, hay muchos por todo el norte en general, especialmente en verano y suelen ser grupillos super adorables que además de viajar con la misma moto que tú, están super emocionados de ver a un turista en el mismo plan y no encima de un motote de 800 cc, lo que se traduce en risas y charla asegurada.
Quedaban unos pocos kilómetros hasta Chitral y decidimos seguir directos, y toda nuestra llegada y experiencia os la contamos en la siguiente historia El Valle Kalash, un remoto punto en el mapa y una etnia en peligro de extinción.
P/d: Es posible realizar el mismo trayecto tanto en Jeep privado (desconozco el precio pero no ha de ser bajo) como en transporte publico. Eso sí, en el segundo caso no se hace ni mucho menos directamente sino con conexiones entre medio y puede tardar hasta 3 días (que al fin y al cabo es lo mismo que nos tomó a nosotros).