A las cinco de la mañana nos despertó la policía. Desde esa hora estaba prohibido dormir en el suelo de la estación. Levantamos nuestras cosas y probamos en otro lugar. Aún era de noche así que la idea de salir a probar suerte no me hacia mucha gracia. Nos estiramos en el césped delante de la estación; a los veinte minutos tenían que regar. No pudimos dormir más y nos caímos de sueño. Tampoco teníamos muy claro qué hacer; si quedarnos en Mendoza o seguir probando. La verdad, ponernos a hacer dedo cuando ambos estamos que nos dormíamos uno encima del otro no es la mejor opción; así que intentamos llegar a algún camping en la ciudad.
La tarea no fue fácil. Encontramos alguna referencia en una fotocopia en la pared de la estación. El puesto de información estaba cerrado pues era aun muy temprano y la información que teníamos de nuestra pobre Lonely Planet de hace mil siglos tampoco nos era muy útil. Intentamos buscar un bus que fuera en dirección el Challao. Después de casi una hora dando vueltas con las maletas conseguimos averiguar de qué bus se trataba: el 114-115, que se toma en la esquina de Leonardo Alem con Salta.
Desde el centro hasta lo que llaman el Challao el bus subía una media hora o más. Realmente, íbamos a la nada. No sabíamos muy bien donde teníamos que bajarnos. Vimos un camping por el camino, pero cuando quisimos bajar ya era demasiado tarde y habíamos hecho mucha vía con el bus. Así que esperamos a que, quizás, el bus tomara el mismo camino de vuelta. En realidad eso no parecía suceder y en un ataque decidimos pararlo y simplemente tomar la siguiente parada, con tan buena suerte que justo en frente se encontraba un camping.
El camping Mangrullo ha sido, y es, el más caro de todos los que hemos pisado. En realidad pedían sesenta por persona pero al estar bajando la temporada lo conseguimos por cincuenta. Es decir, la mitad de nuestro presupuesto usado simplemente en un suelo en donde dormir. En realidad el camping era precioso: muy bien cuidado, con piscina, Wifi, asadores e incluso nevera comunal. Se ve que tiene un ojo encima y eso como mínimo se agradece. Allí descansamos hasta pasado el medio día y bajamos a dar una vuelta por la ciudad.
Volvimos ya de noche, preparamos nuestra cena e hicimos planes para el día siguiente mientras disfrutábamos de la película del cinema para autos del vecino 🙂
Teníamos que seguir avanzando y descubrimos que para salir de la ciudad lo mejor era tomar un bus en la estación con dirección a la Dormida. Cerca de allí hay una estación de servicio con camiones; podríamos probar suerte el día siguiente.