Salimos de Futaleufu al día siguiente temprano, no sin antes tomarnos un completo en un pequeño local de la plaza -llamado Kilómetro 0-. Bueno, bonito, barato y con wi-fi. Las nubes tocaban las montaña… el paisaje era hermoso.
Como todo pueblo turístico la avaricia parece nunca romper el saco. Pedían dos mil pesos chilenos por un bus a la frontera; y unos cuarenta y cinco pesos argentinos por ir de la frontera hasta Esquel. La cara nos cambió cuando nos dimos cuenta que del pueblo a la frontera eran solamente diez kilómetros. Justo dos días antes habíamos hecho setenta kilómetros por mil pesos cada uno…. ¡Que casualidades!
Decidimos irnos andando y probar suerte. Al fin y al cabo diez kilómetros es una distancia importante, pero caminable. La verdad es que las nubes valían la pena la caminata, hacía fresco y todo estaba húmedopero seguíamos pensando que valía la pena caminar. Después de unos kilómetros una pick-up nos levantó. El hombre vivía cerca de la frontera así que le dijimos que sí. Cuando llegó a su destino le preguntamos dónde quedaba la frontera -esperando una respuesta de dos kilómetros-. Nos dijo ¡allí no más! Así que, de hecho, nos llevó hasta la frontera… ¡Una pequeña suerte!
Pasamos los trámites -una vez más-. Rogamos por que la parte chilena no estuviese a quince kilómetros como en algunos lados. ¡Así fue! A solo cuatrocientos metros más adelante la teníamos. Pasamos los trámites nuevamente y nos sentamos a esperar y a probar suerte. Pasó una hora aproximadamente y el flujo de coches en esa dirección era ínfimo. Volvimos a hacer lo mismo… nos pusimos las maletas al hombro y salimos de allí… andando.
En ese momento reflexionamos sobre lo que nos habíamos ido encontrando, los compañeros de camino. Es curioso cómo mucha gente se viene al continente a hacer treking, hiking o como mierda le llamen. Básicamente caminar por ahí, pero poniéndole un nombre glamuroso para que parezca superprofesional y mucho más complejo. Nos preguntamos para qué mierda queríamos nosotros trekings y hikings, si cada día caminábamos unos cuatro kilómetros o más sobre la carretera. Igual algunos pensaran que no tiene tanto glamour como hacerlo por un sendero ¡Pero no saben de lo que se pierden!
En la carretera pocas veces te encontrarás con gente que venga o vaya por el sendero con sus palitos de treking y su botella de agua… Estarás solo o casi solo… No habrá horarios ni días de apertura… Siempre estará allí. Por más que hagas la carretera en un auto nunca la verás como lo haces caminando. Nunca sabes cuántos kilómetros tiene el sendero, por que nunca sabes en dónde van o no a levantarte. Igual caminas diez kilómetros y tienes que acampar. Igual caminas uno y llegas a otra ciudad… así… de golpe. Sinceramente, lo prefiero mil veces.
¡El camino era hermoso! Cruzamos un río donde toda la gente que pasaba -en dirección contraria- se bajaba del auto a hacer fotos. Nosotros no tuvimos que parar :D. Andamos un par de kilómetros más -las mochilas pesaban pero no teníamos otra opción- y finalmente, como salido de la nada , un buen hombre paró y nos llevó en su Chevrolet hasta lo que es Trevelin. Disfrutamos del paisaje y del aire fresco, en la parte trasera de la camioneta.
Nos acordamos de Victor, el buzo. Su sueño era construir una casa e irse a vivir allí. Nos dimos cuenta de que él no estaba equivocado. El paisaje de los alrededores es simplemente impactante. Tienes la frontera a menos de una hora y mil opciones naturales. Nos preguntamos qué estaría haciendo en ese momento…