Salimos de noche hacia Cochabamba para hacer las mil conexiones temprano, en un bus que nos costó 30 bolivianos a cada uno. Llegamos a la ciudad a eso de las cinco de la mañana, cuando aun era de noche. Todos se nos lanzaron a ofrecernos un taxi. De hecho, lo único que escuchábamos era: “¡gringo!, ¡gringo!, ¡taxi!”. Creo que el hecho de que se nos lanzaran como buitres, hacía que todavía les tuviéramos más manía de lo habitual.
Esperamos un poco en la estación a ver si salía el sol; pero como eso no sucedía, decidimos seguir adelante. Por el camino nos comentaron que el bus a Mizque partía desde otro lado, un poco alejado de donde estábamos. En todo caso comenzamos a caminar. Aunque fuese de noche y aunque nos quisieran meter mil veces el miedo en el cuerpo, nada malo sucedió o pareció suceder. De hecho, el único incordio que sufrimos fue que cada taxista que pasara a nuestro lado decidía pitar, ininterrumpidamente -como si fuera difícil verlos o hubiese pocos-. Y mientras pasaba nos miraba fijamente y a baja velocidad. En esos momentos quisiera llevar una señal en la cabeza que dijera “¡NO… NO quiero un maldito taxi!”
Llegamos al lugar en cuestión. El primer bus estaba lleno así que tuvimos que comprar los billetes para el siguiente, que si no recuerdo mal saldría a las siete y treinta de la madrugada. Dejamos las maletas con la chica del mostrador y salimos a dar una vuelta por la ciudad que amanecía. Nos dirigimos hacia el mercado; un caos enorme y lleno, incluso a esas horas. Buscando un café nos dimos la vuelta entera. También allí nos metieron miedo. Pero en vez de asustarnos nos sorprendimos, porque aunque no nos comió el coco sí nos encontramos a un tendero que -a nuestras espaldas- vociferaba un perfecto inglés dirigiéndose a nosotros.
Ambos nos giramos con la boca abierta. El personaje en cuestión había estado viviendo en Boston muchos años, incluso su familia seguía allí. Pero él ahora tenía que hacerse cargo del negocio y pasaría un tiempo por la ciudad. Nunca conseguimos ese café. Encontrar un café en algunos lugares es como jugar al escondite. Aunque nos divertimos no queríamos volver a la estación con el estómago vacío; así que por el camino nos comimos un par de salteñas para matar el gusanito y, llegada la hora, nos subimos al bus.
El camino a Mizque no es fácil. La carretera medio empedrada lo hace lento y doloroso, pero el escenario vale mucho la pena. Salir de los circuitos turísticos y de ciudades siempre viene con algo bueno. Llegamos a Mizque con muchos planes. Un pueblito pequeño envuelto en polvo, nada que envidiarle a muchos otros. Comimos mientras nos explicaron el caso de la médica del pueblo. Una italiana que un buen día llegó a la ciudad y que, treinta años después, allí sigue; ahora con un quechua y un español perfecto. Quisimos conocerla pero el centro de salud estaba cerrado.
Comenzaron nuestras averiguaciones. Podríamos ir a una cascada que estaba a pocos kilómetros. Se podía hasta ir andando, también estaba el puente, y en efecto la comunidad Raqaypampa. Resulta ser que por esos lares solo llegan los servicios como la electricidad desde hace menos de diez años y que de hecho ese es uno de los motivos por los que aún conservan muchas de sus tradiciones.
Ir hasta allí resultaría ser imposible. No había ninguna línea de transporte público que uniera los municipios. La única opción era esperar a que alguien saliera de la alcaldía hacia allí, o devolverse, o irse con los camiones que venían o iban al mercado del lunes.
Que desilusión, hicimos todo ese camino para llegar hasta allí y ahora resultaba que era imposible. Dimos algunas vueltas por el pueblo y, cuando nos disponíamos a salir, se largó la lluvia, por lo que la caminata a la cascada quedó pospuesta. La luz se fue en el pueblo. Volvimos al hostal y no paró de llover en toda la noche. Decidimos ver que pasaría al día siguiente y, si la lluvia continuaba, abandonaríamos nuestra idea de hacer alguna cosa en Mizque y saldríamos en dirección la Paz
Así fue… a la mañana siguiente seguíamos sin luz y el tiempo no había cambiado. Con dolor en el alma nos duchamos con agua helada y recogimos nuestras maletas para volver a hacer todo el camino de vuelta sin apenas nada ganado.
4 Responses
Leí en un dirio de viajes y vi fotos de un tren que va de Cochabamba a Potosí, si mal no recuerdo. Se los comento para que lo tengan en cuenta en el próximo viaje a Bolivia.
No conseguí subirme en tren! La temporada de lluvias lo tenia todo jodido. Pero lo tendremos en cuenta (yo y los que lean esto) gracias por la info!
Muy buena foto y relato sigue así que espero con entusiasmo el próximo