Dejamos Lima con un poco de enfermedad en el cuerpo, y aún con el miedo de que la semana santa se nos echara encima y no pudiésemos deshacernos de ella. Tomamos un bus a Trujillo que, desde la terminal de La Fiori en Lima, debió costarnos la mitad; pero al parecer el boom de lo que estaba por venir se hacia notar. De hecho los veinte soles del precio original pasaron a ser cuarenta y la vendedora nos alertó de que al día siguiente costarían el doble.
El bus medio destartalado viajaría de noche y nos dejaría en la ciudad a eso de las cinco de la madrugada. El viaje fue lento y bastante doloroso. Aún quedaba un poco de la gripe de los días anteriores y esto complicó el descanso.
Llegamos a Trujillo y aún era de noche. Los taxistas se abalanzaban a todo aquel que se bajaba y mucho más si era rubio y media un metro con noventa -nuestro caso-. Huanchaco, nuestro destino final para aquel día, no esta a más de media hora en un bus local; así que como siempre, decidimos esperar.
Para variar, mil personas nos metieron miedo en el cuerpo: que si salir de la estación a esa hora era peligroso, que si tal, que si cual. Esperamos un poco con la pretensión de que se nos hiciera de día, pero a la media hora nos cansamos y decidimos salir a la aventura. Resultó ser que la parada del bus no estaría a más de cien metros de la estación -a mano izquierda, en la esquina de una de las rotondas más cercanas-. Una panadería abierta por el camino nos sirvió para obtener un desayuno improvisado mientras caminábamos.
Los taxis no dejaban de acosarnos, hasta el punto de dar marcha atrás con la ventana abierta y pitando… ¡era horrible! Cada taxista que pasaba a nuestro lado, hacia que mis ganas de subirme en uno disminuyeran exponencialmente. Llegamos a la rotonda pero, al parecer, ningún bus en esa dirección pasaría hasta al menos las seis y treinta de la madrugada. Nos sentamos… esperamos… y vimos cómo la ciudad despertaba, cómo el ruido de los buses aumentaba y la gente corría de un lado para el otro.
La buseta que va a Huanchaco es fácil de reconocer: es negra y naranja y tiene delante bien claro el letrero “Huanchaco“. El precio no asciende a dos soles por persona, y el pueblo es suficientemente pequeño como para poder llegar caminando a todos lados.
Preguntamos por precios en varios lugares; la gente estaba flipando. quince soles por persona en un camping… ¡Carísimo! Encontramos un hostal como por casualidad: Hostal Rústico, el cual estaba ubicado -evidentemente- fuera de la línea de playa. El hostal solo tiene cinco habitaciones, pero posee lo suficiente para sobrevivir: baño, cocina y wi-fi.
Negociando conseguimos una habitación para los dos por veinte soles, pero con la advertencia que de quedarnos allí el viernes -es decir, el día siguiente- el precio subiría a más del doble.
Huanchaco es un lugar peculiar: demasiado lleno de turistas para mi gusto, pero tiene su encanto. Los caballitos de totora, especiales de la localidad, lo hacen especial y diferente. La playa es lo suficientemente agradable como para disfrutar de ella. Para ese fin de semana se estaban preparando todo tipo de eventos: Torneos de voley playa, concursos, etcétera. Se veía como un lugar animado; demasiado animado para nuestra idea de playa. Era la primera playa que tocábamos del Pacífico y queríamos algo tranquilo donde poder descansar y pasar los días… ¡No fue eso lo que nos encontramos!
En todo caso teníamos tantas ganas de mar que nos quedamos un par de días.
Un comentario
La ciudad de Trujillo a partir de las 6 am, es una ciudad tranquila, el asunto es cuando ya se hace tarde o está amaneciendo, espero hayas disfrutado de tu estancia en Perú, espero cuando vuelvas, puedas visitas Huaraz en Ancash y sus maravillosas lagunas que son de lo mejor que hay en todo Perú, las hermosas vistas de los imponentes nevados hacen que mi ciudad sea una de las más visitadas por todos los turistas.