Toño y Tere nos alojaron en su casa con todo tipo de comodidades… No paramos de comer, dormimos cómo reyes y nos dieron una buena visita por todos los alrededores de la capital santandereana.
Salimos a conocer La mesa de los santos y su mercado y el Cañón del Chicamocha… Recorrimos el parque del Cañón, el pueblito santandereano, nos dimos caminatas y baños en ríos… Nos tuvieron cómo reyes!
Hay un detallito que no pueden dejar de hacer si pasan por esas tierras y es probar las hormigas culonas… Yo que soy un poco maniática con todo la verdad es que me costo un poquito, pero he re reconocer que saben a mani 🙂 No es que vaya a comerme 10 todos los días pero sin duda es mucho mejor de lo que me esperaba.
Bucaramanga se porto bien con nosotros pero no podíamos quedarnos para siempre y volvíamos a tener MUCHAS ganas de ver el mar, mediante amigos conseguimos el contacto de una familia que podría acogernos en la Guajira por unos días, más concretamente en Manaure, pero para ello primero teníamos que llegar y el viaje era largo y tortuoso.
Nos dirigimos a la estación de buses ya bien entrada la tarde, siempre procuramos pasar las horas nocturnas en el bus para ahorrarnos algunos pesos ya que los buses en Colombia son especialmente caros, intentamos negociar el precio pero fue imposible, en Colombia los precios están más anunciados y cerrados en las estaciones y hay poco espacio para el regateo, sin embargo, cuando yo ya me daba por vencida Tere se puso por delante y se encargo de la cuestión… Y cómo buena señora respetable preocupada por “sus niños” y después de incordiar al pobre vendedor durante unos 10 minutos conseguimos dos pasajes por 65.000 cada uno. Llena de satisfacción se despidió de nosotros y le agradecimos en el alma, nos ahorramos unos 40.000 pesos con la tontería.
Llegamos a Rioacha la mañana siguiente y sin parar nos subimos a un bus dirección Manaure que nos costo 15.000 pesos cada uno en realidad fue una buseta que nos dejo en Uribia y una camioneta desde allá hasta Manaure. En este punto de la Guajira el verde ya comienza a escasear y el agua es un bien preciado.
Nos encontramos con Juan que nos recibió con los brazos abiertos y una sonrisa en la cara que nunca olvidaremos, durante 3 días tuvimos el placer de compartir techo con una familia Wayuu de la Guajira colombiana.