Teníamos muchas ganas de llegar a Bolivia, sobre todo viendo los cambios que se van produciendo en el norte argentino, cada vez más interesantes. Al cruzar la Quiaca no nos imaginamos que ese día sería suficiente para conquistarnos. Como dato: un dólar equivale a siete bolivianos y una libra inglesa a diez. Dicho esto, el cambio es muy bueno. A todo hay que añadirle que los pasajes de bus son a precios irrisorios, por lo que Bolivia cambiaría nuestro viaje en muchas maneras.
Esperando a la apertura del paso conocimos a Adrian, un hombre que nos dejó anonadados. Carpintero de 65 años, viajando con su mochila encima. Adrian cambió mi paradigma de viaje para años futuros. Siempre pensé que llegaría un día en el que el confort sobrepasaría el interés -cuestión de la edad, es comprensible-. Aún así, Adrian se da de vez en cuando uno que otro “lujo”. Nos comentó incluso que hasta hace apenas dos años viajaba aún con su carpa a cuestas. Esta vez se dio cuenta de que la maleta pesaba demasiado y decidió aceptarlo y dejar la carpa atrás. Adrian no entendía ni papa de castellano por lo que, de cierta manera, fue afortunado en encontrarnos..
Villazón es el nombre del lado fronterizo boliviano. No es más que un pueblo en la frontera, pero tiene importancia de paso. De allí también salen los trenes al norte que pasarán por Uyuni… destino turístico. El tren es la mejor opción de movimiento -o eso parece de primera mano-. Existen dos trenes y aquí podéis consultar sus horarios y precios.
Estábamos a solo tres kilómetros de otro país y este ya nos tenía sorpresas deparadas. Caminando a la estación de tren nos encontramos con una avalancha de vendedores de pasajes de bus, quienes gritaban a todo pulmón, mientras te seguían: “ TUPIZA, TUPIZA”. Tratando de escapar de uno de los vendedores le dije: “no gracias, vamos a compra el billete de tren”. A lo que, con una sonrisa de oreja a oreja, me respondió: “el agua dañó las vías del tren y este comienza desde Tupiza”.
¡Ahhhhhmigo! Entonces todos comprendimos el por qué tanto interés por Tupiza. Aún así, caminamos con Adrian hasta la estación para verificar que esto fuera cierto. Muchas veces los vendedores te encandelan para conseguir sus objetivos. Después de una larga caminata comprobamos que así era y nos resignamos a volver a la estación de tren a lidiar con los vendedores. Volvimos y, si algo aprendí, es que en Bolivia todo se regatea. Compramos tres billetes a Tupiza por por diez bolivianos cada uno, y en menos de una hora nos embarcamos en el bus cuyo viaje duraría aproximadamente hora y media.
Una vez llegados a Tupiza volvimos a preguntar por la estación de tren. Tupiza es la segunda parada de éste y ¡oh sorpresa! la respuesta fue: “no mamita, las vías del tren se dañaron por la lluvia, el tren comienza desde Atocha… creo”. El creo me hizo reír. Al parecer, podía llegar hasta Uyuni parando en cada pueblo donde el tren se detiene y encontrarme la misma respuesta… por lo que decidimos buscar un bus. Conseguimos uno que salía a las cinco de la tarde, pagando cincuenta bolivianos cada uno. Embarcamos a Adrian en un bus con destino a Oruro.
Era temprano cuando llegamos a Tupiza, así que tuvimos tiempo de sobra para recorrer la pequeña ciudad. Comimos por primera vez en Bolivia. Por veinticuatro bolivianos -¡ambos!- nos zampamos dos almuerzos -de tres platos cada uno- y una coca cola de litro… ¡increíble¡ El pueblo tenía su encanto: dos largas calles -poco más que eso-, montañas de fondo… encanto boliviano. Matamos el tiempo hasta las cinco de la tarde. En la estación nos guardaron las maletas hasta que llegó la hora. Pregunté cuánto tardaría el viaje, a lo que recibí la respuesta de: “si la carretera está bien seis o sieye horas”… no quise preguntar cuánto sería si la carretera no lo estaba.
Lo primero que nos llamó la atención fue la cantidad de cosas que habían para ser metidas en el bus ¡no os las podéis imaginar! Kilos y kilos de frutas, sacos enteros de harina, cajas de vete tú a saber qué e, incluso, ¡una lavadora!. Nos preguntamos cómo mierda iban a meter todo eso en el bus. Pocos minutos antes de que éste llegara las vendedoras de los pasajes se preguntaban lo mismo y comenzaron a cobrar de más a las familias con equipaje extra. Se armó todo un rebombori. Se escuchaban los murmullos y las quejas de fondo… todos parecían estar indignados. Fue también una sorpresa ver cómo, con una pequeña llamita, el calmado y placido boliviano se transforma en queja y reclamo.
El bus llegó finalmente, y el caos de meter todo en él comenzó. La gente empujaba para conseguir ubicar su caja de tomates, pero el conductor empujaba para poder organizar el equipaje que ya se encontraba en el bus. El bus venía desde Villazón, con algunos pasajeros y aún más cosas. Para nuestro asombro, el conductor sacó una escalera, se trepó en el techo y comenzó a subir todas las maletas. Ayudamos a organizar el equipaje, algunas de las maletas ya estaban en las bodegas y había que sacarlas y subirlas al techo, todo eso mientras otros embutían cajas de madera dentro de estas. La lona de encima del bus llegó a tener unos dos metros de altura. Que arte el de este hombre para jugar al tetris, ni yo podía creerme que todo eso fuera a viajar con nosotros. Cuando todo parecía arreglado ya era una hora tarde. Los pasajeros abordaron el bus y resultó ser que eran unos quince más de los que cabían, por lo que el pasillo estaba a reventar de niños y mujeres sentados en bolsas, a las que nos les cabía un artículo más.
A los cinco minutos se subió un policía vociferando: “pero ¿qué se piensan que es esto? ¡ESTO NO ES UN CAMION! Hasta que no se bajen, el bus no se marcha!”. Eso alteró aún más el ambiente. Las mujeres cargando a sus niños se movían de aquí para allá como hormiguitas… todas quejándose. El policía se volvió a subir: “PERO ¿QUÉ LLEVAN ACA? ¡Voy a contactar con la policía y les voy a decir que llevan contrabando! ¡BAJEN TODO ESO YA!” Para mis adentros pensé: “¡Madre mía!… con lo que nos ha costado subirlo… “
Nuevamente, para nuestra sorpresa, de golpe una mujer comienza a sacar cajas que meticulosamente había metido debajo de cada asiento. Cuando digo de cada asiento… es de cada uno de ellos. Cajas de Redbull, cocacola, leche… todo lo habido y por imaginar. Las sacaba de debajo y se las tiraba por la ventana a -supongo- alguien que las estaría recibiendo. El proceso tardo al menos quince minutos más, y cuando el conductor del bus arrancó motores el policía volvió a la carga: “¡LES DIJE QUE NO ES UN CAMION!, ¡SE BAJAN TODOS LOS QUE NO TENGAN ASIENTO O EL BUS NO SALE!”. El conductor comenzó a pedirles a los situados en el pasillo: “¡Bájese mamita!”… y nosotros admirabamos todo desde nuestro lugar. No solo no nos fuimos entonces, sino que ese bus nos guardaba todavía mil sorpresas… la película boliviana acababa de comenzar.
6 Responses
Muy bueno tu relato!!! He viajado en “flotas” así en Bolivia y también en Centroamérica. Me traes muy lindos recuerdos. Lo peor que vi fue en Cochabamba, horas antes de que comenzara un paro, la gente desesperada viajaba hasta en la bodega de los buses.
Hola Dorinda!
Me alegra que te guste, a mi la verdad es que me encanto! Tanta realidad de golpe, sin filtros ni excusas. Otra cosa muy comun en Bolivia es justamente eso, los paros y huelgas! son unos luchadores. 🙂
Pues sea como sea, ha sido el mejor bus en el que me he subido jamas 🙂
Me parece estar escuchando un relato de algún pueblito colombiano. Estaba esperando a ver cuando el conductor le pasaría dinero al policía. No quiero ni imaginarme el olor en el bus. Definitivamente nuestros países no cambian; sea esto para bien o para mal. Ahora puede entender de donde nos salió el apellido Colorado. O lo arpiítas como diría mi sobrino. Esto es lo que en Colombia llamamos la malicia indígena, que aunque suele mal es una gran cualidad, para aquellos que me entiendan.
Joder… parece la típica película de bajo presupuesto en la que todo pasa en el mismo escenario, solo falta el típico cadáver oculto, jajaja, es broma, espero que tengáis suerte con los autobuses a partir de… YA!!, jajaja.