Futaleufu resultó ser un pueblo bonito. Llegamos a una hora bastante decente como para buscar un lugar agradable. La luz del día acompañaba y, aunque turístico, estábamos en un bonito lugar. El río de Futa es conocido por ser uno de los cinco mejores para practicar Rafting. Como os podéis imaginar practicar rafting en el río de futa resultaba costoso para nosotros. Los precios rondan los cien dólares por persona y, lamentándolo en el alma ,no soy una fan tan acérrima de este deporte. No tanto como para malgastar dinero de tal manera.
El río le da una vida especial al pueblo y además ya queríamos un poco de agua en el cuerpo. Las altas temperaturas eran perfectas para tal menester. Resulta ser que el pueblo tiene una playa fluvial; pero como todas las cosas bonitas que deberían de ser de libre acceso pertenecen a alguien, este no era el caso opuesto. Las playas pertenecen a los dueños de un camping llamado Puerto Espolón, donde, os recomiendo, no vayáis a parar.
Muy amables fueron al inicio. De hecho, según el chico de la entrada: “El río es de todos los chilenos… bla, bla, blá”. Con estas palabras nosotros entendimos que se tiene que garantizar la entrada para su uso público. En todo caso, nos fuimos a la playa. Un lugar precioso y perfecto para bañarse. La noche se nos fue acercando y decidimos caminar a orillas del río. Nuestra poca experiencia y las falsas palabras del encargado del camping nos hicieron pensar que, evidentemente, el río era un terreno municipal.
Encontramos el mejor lugar para acampar que hemos tenido hasta ahora. Un poco pedregoso, es verdad, pero en la mayor soledad vista jamás y con el mejor paisaje. ¡Los ríos comenzaban a gustarnos! Preparamos un pequeño montón de piedras para hacer fuego y cometimos un error… emocionarnos demasiado. Jesper decidió ir a comprar algo para beber al pueblo. Todo era perfecto hasta que a la vuelta Jesper llegó acompañado de un señor haciéndome fotos a mí y al campamento. Mientras con su actitud de superioridad le decía cosas al pobre alemán que Jesper no entendía. Yo en ese momento estaba disfrutando de la vida; tirada en una piedra con los pies en el agua. Me levanté rápidamente y sin dudar le dije: “perdone, él no entiende bien español. Me podría decir ¿cuál es el problema?”
Al parecer los terrenos eran suyos. Es comprensible que el buen hombre no nos quiera allí y estaba en todo su derecho. Habiendo hablado dos minutos con él le dije que, evidentemente, lo sentíamos. Desconocíamos que esa fuese su propiedad y nos dispusimos a levantar la carpa. A Arturo -así se llamaba este señor- parecieron bajársele los humos. Luego hizo un comentario que me pareció desde luego curioso… Pensó que Jesper era israelí y claro “esa gentuza no hace más que darle problemas”.
Pedimos perdón por el malentendido, nos despedimos dando las gracias con una gran sonrisa y nos fuimos de allí. Saliendo del terreno nos encontramos una pareja de mochileros que nos preguntaron si habíamos estado acampando en el camping. Yo sinceramente les dije que no pero que tampoco se lo recomendaba… mucha falsedad y al final… poca amabilidad. Nos despedimos de ellos sin más a buscar otro lugar.
La noche se nos tiró encima. Todo el tiempo del que disponíamos para buscar un bonito lugar se nos había esfumado pensando que ya lo teníamos. Encontramos otro camping pasado el puente -hacia el sur-, también a orillas del río. Mientras estábamos allí, decidiendo, volvieron a aparecer los dos mochileros con cara de pocos amigos, así que les pregunté ¿qué pasa?
AL parecer la mujer de la entrada de Puerto Espolón -Mónica, la esposa de Arturo- les había dado una cálida bienvenida. Les había explicado todos los servicios del camping; lo bonito, increíble y rústico y peace and love que era su lugar. Pero cuando fue a pedirles el pasaporte y vio que eran israelíes le cambio la cara y decidió darles una frase como “Bueno, no se si tengo espacio”
¡Bonita panda! Así que siendo cuatro, caminamos hasta otro camping –Los Coihues– donde Agustín -un chico joven- nos recibió con una sonrisa e incluso nos rebajó el precio un pelín. Los Coihues es un bonito lugar, con buena arboleda y perfectos sitios de acampada a la orilla del río.
La cosa no acabo aquí. A la mañana siguiente decidimos ir a la playa pues allí el río se detiene y hace más factible el bañarse con calma. Llegamos con nuestra sonrisa, sin problemas. Dimos los buenos días y nos encontramos con una pared de superioridad. El chico del día anterior -mirándonos por encima de los hombros- nos dijo que no podíamos pasar ya que la noche anterior “habíamos hecho algo muy malo” -¡ja, ja, ja¡ ¡omg!- y que se reservaban el derecho de admisión. Y sí que se lo reservan… o sino pregúntale al estilo antisemita que llevan encima.
Nos quedamos en Futa dos noches. Evidentemente no volvimos a pasar por allí a saludar a nuestro falso amigo Arturo ni al resto de su familia.